
Jesús es el camino la verdad y la vida
En la transfiguración de Jesús, poco después de comenzar su ministerio terrenal, Dios habló diciendo: «Este es mi Hijo amado… escúchenlo». Más tarde, como se registra en Juan 14:1-6, Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí».
Jesús no dijo que él era un camino de muchos caminos, una verdad de muchas verdades, una vida de muchas vidas. Dijo que él era el camino, la verdad y la vida. Esto significa que él es el único camino a la vida eterna, la única verdad divina y la única fuente de vida satisfactoria para Dios. Este versículo proclama, también, que no hay otra circunstancia, dinero, educación o filosofía que pueda llevarnos a Dios. Por lo tanto, Moisés, Buda, Alá, la ciencia y todos los demás quedan excluidos. Es como si toda bendición, esperanza, misericordia y bondad fueran colocadas por voluntad divina en una habitación con una sola entrada. No hay manera de obtener estas bendiciones excepto entrando por esa única entrada. Verdaderamente Jesús es el centro de nuestra esperanza. Él es nuestra única esperanza.
Por la gracia de Dios, su naturaleza bondadosa y misericordiosa, Jesús fue enviado a la tierra para cumplir una misión esencial: poner fin a la ley de Moisés (la base de la fe judía) y cumplir los profetas. Cumplió su misión, como leemos en Romanos 7:6-7: «Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto en ella, para que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra». Dado que Jesús abolió la Ley de Moisés y la reemplazó con un camino mejor, ninguno de los mandamientos ni leyes del Antiguo Testamento, incluidos los Diez Mandamientos, se aplica a nosotros hoy.
Es la ley de amor y libertad (perfeccionada por el sacrificio de Jesús), revelada por Cristo y sus apóstoles en el Nuevo Testamento, la que hoy debemos obedecer (Santiago 1:25). Es mediante nuestra obediencia a la voluntad de Dios, mediante la fe en Cristo, que nos integramos al cuerpo de Cristo, su iglesia, y nos hace aceptables a Dios. Para más detalles sobre la obediencia, su necesidad y cómo agradar a Cristo, estudie el mensaje «La importancia de la obediencia» y «¿Qué debo hacer para ser salvo?».
La vida cristiana puede ser una existencia gloriosa y llena de esperanza, aun cuando la persona enfrente guerras, hambrunas, enfermedades y otros peligros comunes a la existencia humana. No esperamos necesariamente que Dios nos bendiga con riquezas terrenales, ni que cumpla sus promesas con bendiciones terrenales. Nuestra esperanza reside en la promesa de una vida eterna junto a Dios cuando Cristo regrese. Estas esperanzas las expresa bien el apóstol Pablo en Romanos 8:31-39: «¿Qué diremos, pues, a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: «Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas para el matadero». En todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, nuestro Señor. A menudo, los hombres enseñan que Dios está muerto y que Cristo era solo un hombre completamente mortal, y buscan desviarnos de la verdad de Dios. Pero no se desanimen, pues Cristo ha resucitado; la tumba donde fue puesto estaba vacía aquella mañana de domingo, hace tanto tiempo. Luego caminó entre los hombres durante unos 40 días, hablándoles y enseñándoles. Su cuerpo era real, pues sus discípulos lo vieron, lo oyeron y comieron con él. Para profundizar en estos hechos, estudien el tema «Evidencias Cristianas» de la Biblioteca de Investigación Bíblica. Su estudio de esta serie les mostrará que los hechos de la resurrección de Jesús son justificables, lógicos, realistas y verdaderos. El hombre moderno, independientemente de su nivel de educación y logros, puede encontrar pruebas contundentes de que Jesús murió y luego resucitó. Cuando fueron perseguidos y condenados a muerte por sus creencias, los primeros seguidores de Jesús murieron, con alegría, una muerte horrible y dolorosa que podrían haber evitado negando a su Salvador. Lo hicieron porque habían visto y oído a Cristo. Habían presenciado sus milagros, que demostraban que era quien decía ser: el Hijo de Dios. Dios. Para ellos, Jesús era el centro de su esperanza. El tiempo no ha cambiado nada. Jesús es, hoy, el centro de nuestra esperanza, tanto en esta vida como para siempre: Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios.